jueves, 5 de marzo de 2015

La parábola “El buen samaritano”. Lucas 10, 25-37; Mateo 22, 34-40; Marcos 12, 28-34.



Hay una mala tendencia entre nosotros de ignorar a las personas enfermas. Eso pasa a diario en la vida real y también nos puede ocurrir. Por alguna razón nos gusta minimizar las enfermedades o los problemas de las personas sean familiares, amistades, conocidos o extraños. Pero cuando algo pasa cerca de nosotros, cambiamos nuestra forma de ver a la gente necesitada. Cuando a nosotros mismos o alguien a quien nosotros amamos se le diagnostica con una enfermedad grave, inmediatamente entendemos lo que es estar en esa situación. Oímos de accidentes de transporte, asesinatos, enfermedades mortales todos los días, pero no ponemos atención. Sólo ponemos atención cuando a nosotros o a alguien cercano a nosotros es involucrado en un accidente de auto donde muere o es gravemente herido. Eso cambia la forma en que vemos a las personas que sufren esa condición adversa.

 

Hace algún tiempo atrás, el Señor me permitió pasar por varias situaciones adversas parecidas. Eso me llevo a meditar en el tema y a preguntarme ¿Qué es el amor al prójimo? ¿Quién es mi prójimo? Después de pensarlo por un tiempo, Dios me ayudo a comprender y concluir lo siguiente: “Amar al prójimo es hacer propio el dolor o la alegría ajena”. Es decir tenemos que comprarnos el pleito y ayudar de todo corazón, sin esperar recompensa alguna. Indagando en esta respuesta, nuevamente Dios, a través de su palabra en las Sagradas Escrituras, me dijo que esto únicamente es posible si tenemos a Dios en nuestro corazón. Solo aquellas personas que llevan dentro de su corazón a Dios, y por ende su amor, serán capaces de amar a su prójimo, podrán entender y obrar como hombre de Samaria, como en la parábola “El buen samaritano”. Lucas 10, 25-37; Mateo 22, 34-40; Marcos 12, 28-34.

 

<< ¿Quién es mi prójimo?>> Jesús entonces preguntó: <<Según tu parecer, ¿cuál de estos tres el sacerdote, el levita o el samaritano, se portó como prójimo del hombre que cayó en manos de los asaltantes?>> Él contestó: <<El que se mostró compasivo con él. >> Y Jesús le dijo: <<Vete y haz tú lo mismo. >>

 

      En el ejemplo del buen samaritano, el Señor nos enseña a no limitarnos únicamente en desear el bien o expresar simpatía a nuestros prójimos, sino, a quererlos "con los hechos." No es aquella persona la que quiere al prójimo estando sentado en su casa y planeando en tener una organización altruista, sino, aquella que no mezquina su tiempo, fuerza, dinero y ayuda a la gente con los hechos. Para ayudar al prójimo no es necesario en componer todo un programa de ayuda humanitaria, o un ministerio de inclusión social por lo general estos planes no siempre se realizan. La vida en sí nos ofrece la posibilidad de manifestar nuestro amor hacia la gente, por ejemplo: visitar a un enfermo, consolar a una persona apenada, ayudar a un enfermo a ver a su doctor, formalizar para alguien un documento, hacer una donación para los pobres, tomar parte en las actividades de la iglesia o actividades filantrópicas, dar un buen consejo, prevenir una discordia, etc. Muchas de estas actividades parecen ser a veces insignificantes, pero en el trayecto de la vida estas buenas y pequeñas acciones se acumulan formando un depósito espiritual enorme. Las acciones buenas se pueden igualar a un depósito bancario donde diariamente depositamos pequeñas sumas de dinero en una cuenta de ahorro. En el cielo, como dijo Jesucristo, estas buenas acciones formarán todo un tesoro, el cual la polilla no destruirá, y donde los ladrones no cavan ni roban. El Salvador por su sabiduría permite que la gente viva en diferentes condiciones materiales: algunos en gran abundancia, otros en escasez y hasta hambre. En la mayoría de los casos la gente gana su bienestar por medio de grandes sacrificios, esfuerzo, trabajo, insistencia y talento. Sin embargo, no se puede negar que muchas veces el estado social y material de la gente depende también por razones exteriores, favorables o desfavorables, que no dependen de su voluntad. Una persona muy capaz y laboriosa puede estar viviendo en condiciones muy pobres, al mismo tiempo que un holgazán puede estar disfrutando de la vida, nada más porque el destino le sonrío. Estas condiciones parecen ser injustas si las observamos únicamente del punto de vista de una existencia terrenal. Pero si, llegáremos a otra conclusión, si miraremos esto del punto de vista de la vida eterna que espera al justo en el cielo. Por esto querido hermano en el Señor, no apagues la llama de la caridad, si está en ti, hazla cultivar todos los días con buenas obras, pensando, que por cada acto de caridad que realices estas ganando un pedazo de cielo en las moradas eternas, y gozar con el Señor de nuestras vidas. No te quedes en palabras, y que tú testimonio, opaque tus palabras. Que el Señor te bendiga hermano querido.

 

“Has el bien sin mirar a quien, pues la generosidad abre los brazos y cierra los ojos”.

Addison.

 

“El bien que se tiene, la muerte lo arranca; el bien que se hace el cielo lo devuelve”.

 San Francisco De Sales.

 

“El sufrimiento de unos puede ser provocado por la ambición de otros”.

Madre Teresa de Calcuta.

 

“El mundo no está en peligro por las malas personas, sino por aquellas que permiten la maldad”.

Albert Einstein.

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